I. Entrada

Fue como perderme en un mar infinito,

en una noche oscura que no tuviera estrellas,

en una larga estepa donde no se vislumbraran

ni árboles ni casas,

entrar en un coma quizás irreversible,

y sin embargo dulcísimo.

Entrar en ti fue como diluirme

en un perpetuo gozo de dicha incontrolable.

Las cosas y los hechos en mi ser resbalaban,

y no escuchaba voces, ni timbres, ni ruidos;

ni siquiera mi nombre si era pronunciado,

ni tampoco el tuyo que mi voz pronunciaba.

Entrar en ti, a través de tu cuerpo,

fue como zambullirme en una larga historia,

que nadie contará porque nadie conoce,

que sólo yo conozco y tú que la has vivido.

Fue como volar con la luz de la tarde,

pasar de un día de ensueño a otro más radiante

sin tener que cruzar un difícil crepúsculo.

Fue como un orgasmo que nunca se acabara,

como una embriaguez que nunca se extinguiera,

como una dulce droga que nunca nos dejara.

II. Tiempo detenido

Los dos juntos recorremos un largo camino

mientras alborea la mañana indescifrable

y la ciudad despierta con su grisácea angustia.

Estamos ambos fuera del tiempo y de la lógica,

formando un solo ser con un mismo deseo:

ir cada vez más lejos dentro de nuestras ansias,

sentir acompasado nuestro amor infinito.

Aquí sólo tenemos un presente continuo,

los recuerdos se pierden lejos de nuestro abrazo,

el futuro no existe más allá de esta dicha,

y un tiempo detenido preside nuestros actos.

III. Enosis

Estando los dos juntos vivo fuera de todo,

gozando sorprendido tu cuerpo sin frontera

y el calor de tu sangre que llega en oleadas,

y busca ansiosamente la plenitud del sexo.

Afuera el mundo late, pero aquí no se notan

más que débiles ecos y sonidos confusos,

sólo dos corazones corriendo desbocados

hacia la unión suprema en un solo latido.

¿Qué importa que las aves se agiten en las ramas?

¿O que la luz del día penetre cegadora?

Los dos estamos juntos, aunque sea un momento,

más allá de las cosas, del mal y de la muerte.

Premio Rubaiquiya de Poesía Amorosa