-¿Me pregunta usted si he leído “La Marina Triunfará” que ha escrito ese capullo al que sus compañeros llamaban Fermi?. Pues si, me lo prestó un amigo que me dijo que hablaba de mí. Yo me llamo Paco Bellamy, y en efecto, me acuerdo de esa conversación que cita en la que le recriminé a los enchufados que estaban de guardia en los futbolines que sólo se acordaban de los obreros en sus soflamas revolucionarias, pero que en la realidad de aquel odioso cuartel nos despreciaban o nos miraban por encima del hombro. No recuerdo bien al tal Fermi, no era de mi brigada, aunque si hago memoria de Gabriel, al que le decían Lenin, que era un izquierdista sincero, pero más de palabras que de obras. Ellos, los estudiantes y los graduados, formaban su círculo aparte, se llevaban horas y horas hablando de política, de literatura y de cine, arreglando el mundo mientras estaban allí sentados cómodamente, Se pasaban todo el día de guardia en los futbolines, y lo único que tenían que hacer era limpiarlos y venderles balines a los marineros, casi todos voluntarios, que iban a tirar al blanco. ¡Menudo chollo!. Al resto de los que estábamos de guardia esos días nos mandaban principalmente a la cocina, o a barrer el patio y los caminos, o a lo peor de todo: a fregar las letrinas, lo que era una asquerosidad. A la cocina fui muchas veces, y en pocas horas pasaban por las manos de los que estábamos allí como seis mil platos y tres mil vasos. No había máquinas lavavajillas, eran innecesarias porque la mano de obra era gratuita y abundante. En todas esas guardias mis compañeros eran obreros o campesinos, nunca vimos a ningún estudiante. Por eso todos los odiábamos: nosotros éramos los parias y ellos los privilegiados. Y yo no me mordía la lengua y se lo echaba en cara, pero ellos me daban unas explicaciones poco convincentes, que si los jefes no iban a aceptar una hipotética igualdad, que si pensarían que los titulados –muchos no lo eran todavía- iban a ir a sembrar cizaña entre los reclutas de origen proletario y así. Palabrería, porque en el fondo ellos estaban muy cómodos en  aquellas guardias y no entraba en sus cálculos hacer trabajos duros o desagradables como nosotros.

El caso es que fuera de las guardias, en los ratos de descanso, en las conversaciones por el patio o por otros lugares, y en los paseos por San Fernando o por Cádiz cuando salíamos de permiso, las distancias se seguían manteniendo: los “intelectuales” se juntaban unos con otros, los obreros industriales más comprometidos políticamente como era mi caso también hacíamos rancho aparte, nos considerábamos en cierto modo la cabeza pensante del proletariado. El resto de los obreros, los campesinos y los pescadores iban a su aire, normalmente se agrupaban por su origen geográfico, y por lo general no hablaban de política, tenían un miedo ancestral a esos temas, posiblemente por los ecos siniestros de la guerra civil que aleteaba en muchos de ellos, bastantes habían perdido a un abuelo o a un tío en la lucha, y además la sempiterna presencia de la Guardia Civil en las poblaciones rurales llenaba de miedo a aquellos muchachos, a los que posiblemente sus padres habían prohibido hablar de asuntos políticos. En consecuencia, las conversaciones giraban siempre en torno al fútbol, al campo, a las mujeres y a las desgracias familiares. Un número importante ya estaba casado e incluso con hijos, y se quejaban de que sus familias pasaban necesidades mientras ellos estaban allí perdiendo el tiempo.

Los estudiantes y titulados alardeaban –no todos, desde luego- de la subversión que mantenían las universidades contra el régimen, se jactaban de haber creado sindicatos libres de estudiantes que reclamaban mayor participación de los alumnos en los asuntos académicos y así. Pero nosotros íbamos por delante, teníamos a Comisiones Obreras dando caña, aunque sus principales dirigentes estaban en prisión ¿cuantos estudiantes había encarcelados por aquel entonces?. Pues muy pocos, si es que había algunos, todo lo más a varios de ellos los habían obligado a cambiarse de universidad.  En todo caso el jaleo de los estudiantes nos convenía a los trabajadores, aunque fuera sólo por el ruido que armaban. Al Gobierno de entonces no le preocupaba mucho el tema estudiantil, cosas de niños pijos que tenían pocos contactos con el mundo obrero, y que luego terminaban aterrizando en las Milicias Universitarias o gozando de los privilegios que les ofrecían en la mili ordinaria. Al Gobierno le preocupaba especialmente el mundo obrero, y sobre los trabajadores hacía recaer sus leyes represivas. Curiosamente sin embargo los obreros estaban más “seguros” entonces que en la actualidad: el despido no era tan fácil, y muchas empresas con mediocre situación económica antes de echar el cierre preferían esperar unos años a que los trabajadores se jubilaran en lugar de despedirlos por las malas, porque las indemnizaciones eran importantes. Paradojas de la vida: ahora vivimos en un neoliberalismo que permite atropellos que el franquismo no consentía.

Me estoy apartando un poco del tema del que estaba hablando. Mis tiempos de mili me revelaron que entre el mundo obrero y el –llamémosle- intelectual había unas barreras casi infranqueables. Ellos nos miraban por encima del hombro, porque nuestro nivel de conocimientos era bajo en líneas generales, yo a los catorce años dejé los estudios para entrar en la fábrica, aunque luego leía todo lo que caía en mis manos. Nosotros, los obreros, desconfiábamos de los cultos, de los que estudiaban en las universidades, de los que tenían el pan asegurado porque sus padres tenían posibles, y en la lógica de las cosas el día de mañana serían los que nos mandaran, salvo que se produjera una revolución comunista, que muchos anhelábamos. Nuestro modelo entonces era la Unión Soviética; hoy no pienso de la misma manera, aunque sigo siendo de izquierdas. Muchos obreros opinaban que el verdadero trabajo es el manual, el intelectual en cambio era visto como cosa de señoritos y no podía considerarse trabajo sino entretenimiento. Yo no llego a esos extremos, hay un trabajo de utilidad social que no es propiamente físico, pero si es importante, caso de los médicos, de los técnicos, de los maestros. Pero no termino de asimilar el de los burócratas, el de los banqueros, el de los abogados, que suelen ser chupadores de la clase obrera. Ya sé que hoy en día la fuerza bruta tiene menos importancia que hace cincuenta u ochenta años; hay muchas máquinas que hacen el esfuerzo de varios hombres y además no se cansan ni se ponen en huelga, aunque a veces se averíen. Otro adelanto importante son los ordenadores, aunque el Poder los utilice para controlarnos mejor, y de paso para disminuir los puestos de trabajo

En resumen ¿qué más puedo decirle?. Esas diferencias en el trato y esa incomunicación entre obreros e intelectuales de la que habla el libro es completamente cierta. He leído que en el siglo XIX existía la redención en metálico, por tres mil pesetas la gente se libraba de la mili, pero como un obrero no llegaba a ganar cinco pesetas al día, sus hijos iban de cabeza al Ejército. Luego, ya en el siglo XX, inventaron el rollo de los soldados de cuota: pagaban una cantidad importante y hacían la mili en la Península, y además durante menos tiempo, mientras que los demás eran sorteados y muchos desgraciados terminaban en África, donde estaban tres años nada menos. He visto fotos de entonces y los soldados destacados en Marruecos iban con alpargatas ¿qué puede esperarse de una tropa en alpargatas?. Y los moros tenían mejor armamento, y por eso en el año veintiuno, creo que fue en ese año si no me equivoco, el frente se derrumbó porque un general fanfarrón, de esos que llevan los cojones en la cabeza, ahora no recuerdo como se llamaba, se metió con aquellos desgraciados en una posición indefendible a más de cien kilómetros de Melilla. En fin, que siempre ha habido clases. Me dirá que ahora no hay mili, y es cierto. Pero hay un ejército voluntario y mercenario, al que van los más pobres y los hijos de los inmigrantes; el resto de los jóvenes se queda en sus casas, mamando de las tetas de sus padres y viendo los toros desde la barrera. ¿Sigue habiendo o no discriminación?. Yo a todos esos niñatos los mandaba al servicio militar unos meses, no demasiados como en mis tiempos, para que vean lo que vale un peine y entiendan que la defensa de nuestro país es cosas de todos…