Llevar la misma piedra a la misma cumbre,

repetir un recorrido similar, un día tras otro

escuchar las mismas voces en esos mismos sitios,

recordar una historia idéntica a oyentes similares,

durante semanas que se renuevan de continuo

y meses que transcurren de forma repetida.

Los lunes el trabajo –y que no falte – monótono,

los martes pareciéndose a los lunes,

los miércoles con cruces de ecuadores

visionando posiblemente una película,

los jueves atisbando la esperanza

de las tardes de viernes, que se llenan de sueños,

y empiezas a cambiar tus chips mentales,

soñar con libertades y lujurias,

atisbar un breve paraíso,

hacer proyectos y cargarte de ilusiones,

la nueva edad de oro que ha llegado.

 

Más pronto surgen temas imprevistos,

compras sin importancia que quedaron pendientes,

verificar el descenso de la cuenta bancaria,

arreglo de averías y limpiezas diversas

de objetos que pronto volverán a estar sucios,

y acaso tomar alguna copa apresurada

bajo la atenta mirada de policías insomnes,

procurando no pasarte en tus cortos excesos

ante un posible control de alcoholemia

unos metros más allá de la última curva.

 

La mañana del domingo llega con su pereza,

levantarse más tarde quizás de lo previsto,

leer el suplemento de algún que otro periódico

lleno de estupendos viajes a mares azulados,

de recetas de cocinas que nunca serán fáciles,

de artículos de fondo de eximios escritores

normalmente apoyados por los poderes fácticos.

Luego vendrá la estridente letanía

de locutores que van cantando goles,

de balones que besan un larguero

y tu equipo que va perdiendo siempre.

 

La noche del domingo aparece por sorpresa,

se te viene encima como una pesadilla,

como un incendio que arrasa proyectos y quimeras,

y analizas las cosas que no han sido,

y  la infelicidad de esas horas que se acaban,

y lo rápido que corren los relojes

(mañana tendrás que levantarme más temprano)

Y por fin amanecerá de nuevo el día,

el difícil lunes de todas las semanas,

el eterno retorno a los mismos deberes,

las caras de cansancio de esos compañeros

que hicieron un viaje repentino,

y comprobar que las tareas, nadie sabe por qué,

se te van inexorablemente acumulando.

 

Y todo vuelve a repetirse, inalterable,

siguiendo acaso el mismo recorrido.

Una nueva semana indefinida,

con sus noticias que van a saliendo a flote

desde el fondo sonoro de una radio,

y la rutina de nuevo presidiendo

y nunca terminándose,

a la que llegamos a coger cariño

a pesar de ser tan repetida.

 

(Del libro inédito Vivencias)